La imposición de las manos –es el signo- por el que el
candidato recibe el don singular del Espíritu Santo constituyéndolo obispo
servidor de la Iglesia. La imposición, por parte de los demás obispos, manifiesta
que entra a formar parte del orden de los obispos como cuerpo eclesial. Se
destaca así que pasa a ser miembro del colegio episcopal y que esta gracia
tiene una radical gracia comunitaria de colegialidad afectiva y efectiva.
Es el Espíritu Santo quien viene sobre el sacerdote y lo capacita para este
oficio de amor que es el episcopado.
La liturgia ilustra este servicio episcopal con signos ricos
en su lenguaje simbólico.
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El Aceite del Espíritu Santo unge y perfuma la
cabeza del nuevo obispo, para que la unción perfumada del Espíritu descienda
sobre el cuerpo de la iglesia que el Señor le encomienda.
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El Evangelio abierto sobre la cabeza se
convierte en casa donde vivirá en intimidad con la Palabra y sometido a ella
transmitirá solo palabras de vida eterna.
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El Anillo en la mano derecha, signo de
fidelidad, tiene la fuerza expresiva de unir la vida con Cristo y su esposa, la
Iglesia.
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La Mitra recuerda que debe destacase con el
resplandor de la santidad en coherencia con el don recibido.
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El Báculo, signo del ministerio episcopal,
recuerda la imagen evangélica del buen pastor que da la vida por sus ovejas, y que
no vino a ser servido sino a servir. Cómo pastor deberá caminar delante del
pueblo para indicar el camino, en medio de él con su cercanía y misericordia, y
en ocasiones deberá caminar detrás para ayudar a los rezagados, sobre todo
porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos.
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