"Las honestas palabras dan indicio de la honestidad del que las pronuncia o escribe".
Miguel de Cervantes Saavedra
La palabra, más que cualquier otro
medio comunicativo, funda el universo y conduce la puesta en común y la circulación de los pensamientos y de los
sentimientos.
La Palabra: el utensilio más antiguo
La palabra es el utensilio más
antiguo y más precioso del hombre, testimonio de su necesidad por entender y
hacerse entender, de ex – ponerse y de pro – ponerse a sus semejantes, es
decir, de salir de su ocultamiento, descubriéndose, y de ir hacia ellos. El
diálogo se convirtió en su estilo de vida. Puede renunciar a muchas cosas, pero
no de alguien con quien hablar.
En el diálogo interpersonal él
crea la experiencia de sus propios límites, pero también la posibilidad de
superarlos; descubre que no posee toda la verdad y toda la bondad (es decir, se
descubre limitado, humano. Solo Dios es Verdad y Amor), pero sí caminar hacia
ellas sin empobrecer a nadie.
En el diálogo el hombre se coloca
como constructor de significados y de símbolos; él es un ser que interpreta el mundo de modo muy
personal. No se limita a observar el hecho en el momento en que sucede; va más
allá; lo lee en sus causas y en sus consecuencias. En la consideración del
presente incluye también el pasado y el futuro.
En un cierto sentido el hombre
vive en dos universos: el de las cosas y el de los significados. Se encuentra entre objetos y acontecimientos,
que como persona los lee en sus significados, toma conciencia de lo que significan
para él y para los demás, para su futuro y el de los demás. El no solo piensa en ese objeto o en ese hecho, sino que
piensa también en algo de ese objeto y de ese hecho; y son dos cosas distintas;
pensar en la pelea con una persona amada, en el diploma alcanzado, en la
adquisición de un cuadro es una cosa; pensar en lo que esto significa para la
propia vida es otra cosa. (conectado con los objetos mnemónicos).
Puede decirse que el verdadero
universo del hombre, aquél donde vive como persona, no es tanto el físico de
las cosas y de los hechos, sino el espiritual de los significados; las
elecciones, las esperanzas, los remordimientos, los temores…nacen en este
universo.
El hombre es su palabra
La palabra es lo más personal que
tiene un individuo, como su escritura y su firma. Es la señal particular más característica de su personalidad. La palabra es la expresión más propia del yo.
Para conocer a una persona se
parte de su lenguaje.
El coloquio sigue siendo el test
de personalidad más proyectivo y provechoso para una investigación psicológica.
El hombre es su palabra; en ella se vierte, poco o mucho,
el corazón de su ser; ese corazón que existe antes que la palabra y del cual
ella nace. El corazón de su ser, esa profundidad interior donde tiene origen los
pensamientos y las emociones.
En un cierto sentido el hombre y
su palabra se identifican, se co-pertenecen; su palabra le pertenece, es suya;
pero también él pertenece a su palabra, está ligado a ella como a sí mismo.
(Solemos decir: “es esclavo de sus
palabras”).
Todos somos conscientes de esta
identificación cuando decimos: “Te doy mi palabra”, “confía en mi palabra”,
“confío en tu palabra”, “no faltaré a mi palabra”, un contrato “de palabra”.
Sentimos en ese momento que la palabra que pronunciamos es lo que tenemos de
más nuestro, lo que garantiza más: en ella están nuestra verdad y nuestra
seriedad de hombre.
Antaño, el valor de la palabra
dada alcanzaba un nivel tan extremo que faltar a ella podía ser causal de
muerte o de una deshonra muy grande.
La palabra
dada es una promesa hecha a crédito, una promesa hecha a nosotros mismos
antes que a los demás. Ser fieles a la
palabra dada es ser fieles a sí mismos antes que a los demás; traicionarla
es traicionar ante todo a sí mismos.
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