Ka’a y’ u o
Mate en guaraní es una infusión muy tradicional en nuestro país, de
manera especial en la región litoral; la que en tiempos de pueblos originarios
fue habitada por los guaraníes.
Hoy, 30 de noviembre de 2015, se celebra por primera vez en
Argentina el Día Nacional del Mate. La Ley que lo establece fue aprobada el año
pasado por el Congreso Nacional mediante
la Ley Nº 27.117, y promulgada en febrero de este año. La fecha está
relacionada al nacimiento del comandante “Andresito” o Andrés Guasurary,
valiente guaraní que habría nacido en Santo Tomé (Ctes.) y que luchó junto a Artigas defendiendo las
fronteras de la patria de los invasores portugueses. Andrés Guacurarí y Artigas, como también se lo
menciona, fue uno de los primeros caudillos federales de las Provincias Unidas
del Río de la Plata, y el único de origen indígena en la historia argentina.
La provincia productora de yerba mate por excelencia es
Misiones; tierra donde los guaraníes aún registran su presencia. El consumo del
mate está arraigado a una tradición de estos pueblos guaraníes de la región,
quienes adoptaron la bebida como costumbre, ya que eran objeto de culto y
ritual. También utilizaron a la planta como moneda de cambio en sus trueques
con otros pueblos como los incas y los charrúas.
Esta tradición llamó la atención de los conquistadores
europeos, quienes adoptaron la costumbre de tomar mate y la mantuvieron durante
su período de dominio de las tierras americanas, hasta la actualidad.
Según el Instituto Nacional de la Yerba Mate, en promedio
cada argentino consume por año unos 6,4 kilos de yerba mate, lo cual significa
que se consumen alrededor de 256 millones de kilos de yerba mate.
Para el Instituto
Nacional de la Yerba Mate (Inym), “su consumo, bajo la forma de mate
tradicional, aporta al organismo gran cantidad de polifenoles, vitaminas del
complejo B, potasio, magnesio y xantinas”.
Por otra parte, compartir unos buenos mates es motivo de
largas charlas y de momentos (tristes o alegres) pero compartidos al fin; por
lo cual se lo presenta también como símbolo de la Amistad.
Monumento a Andres Guasurary - Costanera de Corrientes |
La Leyenda
Los guaraníes cuentan que la luna, Jasy, paseaba desde
siempre por los cielos nocturnos, observando curiosa los bosques, las lagunas,
el río y los esteros desde lo alto. Cada día contemplaba su belleza como una
niña que está conociendo el mundo por primera vez.
Sin embargo, a sus oídos fueron llegando los relatos de
quienes habían visitado el mundo y que le iban contando de la vida de los
animales, de la belleza de las flores, del canto de los grillos, el piar de las
aves, del sonido del río… y la luna fue tornándose cada vez más curiosa y con
deseos de visitar la tierra.
Así que un día se decidió y, junto con Arai, la nube, fue a
pedirle autorización a Kuarahy, el Sol, para que las dejase bajar un día a la
tierra para así poder contemplar de cerca las bellezas del mundo. El dios Sol
se mostró reacio a dejarlas partir, pero por fin cedió y las dejó marchar. Sólo
les impuso una condición: en la tierra serían vulnerables a los peligros de la
selva como cualquier humano, aunque también serían invisibles para estos. Luego
las dejó partir.
Fue así como la luna, Jasy, llegó un día a la tierra. Y
junto con Arai fueron visitando los lugares que veían desde las alturas,
maravillándose a cada paso. Observaron de cerca como las arañas tejían sus
redes, sintieron el frío del agua del río, tocaron la tierra roja con sus
manos.
Tan absortas en su mundo estaban ambas diosas que no se percataron
de la acechanza de un jaguarete que las seguía de cerca. El felino estaba
hambriento y quería comer, por lo que en un momento largo el zarpazo para
atrapar a las mujeres.
En el momento justo cuando estaba por alcanzarlas, el animal
fue alcanzado por una flecha lanzada por un joven cazador guaraní, que justo
pasaba por el lugar, y que sin saberlo, salvó la vida de las diosas.
El joven cansado por la búsqueda, pero feliz por su
conquista, decidió descansar al pie de un árbol, antes de regresar a la tribu.
Y entonces se durmió.
Y en sus sueños fue visitado por las diosas que, vestidas de
blanco, le hablaron con cariño. Jasy le dijo que como símbolo de gratitud,
cuando llegue a su tribu, encontrará un arbusto a la entrada que nunca antes
había visto. Le dijo como hacer con sus hojas para preparar una infusión que
uniría a las personas de todas las tribus, como símbolo de hermandad y de
confraternidad.
Cuando se despertó y volvió con su gente, el joven cazador
vio el arbusto a la entrada del campamento y siguiendo las instrucciones que la
diosa le dio en sueños, el muchacho buscó una calabaza hueca, picó las hojas
del arbusto, las puso dentro y llenó el cuenco con agua. Luego, con una pequeña
caña tomó la bebida.
Inmediatamente compartió la infusión con la gente de la
tribu que observaban curiosos es trabajo del cazador. La calabaza fue pasando
de mano en mano, y todos fueron tomando la infusión.
Así nació el mate, que une a las personas, que es un símbolo
de paz y confraternidad. Y que fue un regalo de la luna a los hombres para que
compartan vivencias, para que fomenten su amistad, o para que disfruten un
silencio compartido.
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