Cada tanto la vida suele regalar momentos placenteros e
imborrables, como un atardecer de contrastes intensos dispuesto allí para la
mejor de las fotografías o una buena charla con mate de por medio sobre un tema
de interés. Fue así que esa tarde de mayo nos encontramos en la costanera de mi
Goya amada con Aníbal Vera, mercedeño y como tal: musiquero. Junto a él, su
retoño chamamesero: Selva Vera, goyana por adopción. ¿El tema de la
conversación?: una obviedad…
Son más de cincuenta años recorriendo escenarios para don
Aníbal con el ya mítico dúo que conformó junto a Abel Monzón; cualquiera diría
que está en edad de jubilarse pero para el músico esto es distinto y él mismo
lo reconoce así. “A veces pienso que tendría que dejar de musiquear porque pasaron
muchos años, lo extraño muchísimo a Abelito Monzón y extraño la juntada con la
gente, posiblemente los aplausos y los sapucay. Extraño una barbaridad y
entonces sigo; no como antes que buscaba las actuaciones, ahora accedemos si
nos llaman, si no nos dicen nada dejamos que pase el tiempo”. La sinceridad en
sus palabras refleja estos sentires por los que seguramente todo músico pasa,
más aún si carga sobre sus espaldas una vasta trayectoria.
Tan sincero como reconocer que, si bien se recordará al Dúo
Vera-Monzón por escribir su página en la historia chamamesera de nuestra
provincia, este ritmo no se encontraba entre sus preferidos en los tiempos de
ymaguare. “A mí sinceramente no me llamaba mucho la atención el chamamé;
cantaba con una orquesta que armaban los militares para cada carnaval. Fueron
los primeros pesos que me gané, cantando música de tipo tropical”. Hasta que
conoció a Abel Monzón.
El Dúo Vera Monzón comenzó “allá por el 63 cantando con
guitarras nomás, sin acordeón …” aclara, como reconociendo quizá que el chamamé
no sería lo mismo sin la sonoridad
propia que el fuelle le aporta. Fueron
38 años juntos en la música hasta que Monzón falleció. “El encuentro con
Abelito Monzón fue así: Abel cantaba con Eladio Lacho Sena y Ramón Méndez lo
vino a buscar a Lacho para ir a Misiones. Al irse, le faltaba una primera (voz)
a Monzón y me hablaron para cantar con ellos. Había un guitarrista que se
llamaba Rubén Amarilla, que en esa época era muy bueno, tipo Pocholo Airé o
Marianito Maciel. Era para nosotros un gran guitarrista, y creo que a él le escribió “por ser nomás guitarrero” el
pa’i Julián (Zini)”, adosa a su relato. Y prosigue: “después integramos
distintos conjuntos con Coquimarola, Roberto Galarza, con Isaco (Abitbol), Fito
Ledesma y con muchos músicos mercedeños también, Ruperto Alegre, Goyo Miño,
Marianito Miño… hace cincuenta y pico de años de esto que te estoy hablando”.
“Consagración del chamamé”, “En brazos del amor”, “Por
siempre Vera Monzón”, “El conjunto de la alegría” y “Nuestro recuerdo de gringo”
son solo algunos de los varios los discos grabados en este camino recorrido y; en
relación con las canciones, cree Aníbal que “los sentimientos de cariño o de
dolor son las situaciones que llevan a un escritor o compositor a escribir o
componer –aunque no me siento ninguno de los dos-“, aclara. No obstante, “estoy
feliz con todo lo que hicimos. Mi idea ahora es invitar a un amigo mercedeño
que reside actualmente en Asunción para grabar e incorporar algunos temas en
vivo”. Por lo expuesto, me animo a pensar que esto último no deja de ser un
excelente pretexto para decir que todavía existen motivos para no tener que
“dejar de musiquear porque pasaron muchos años”, como reconoció párrafos
arriba.
“Al escuchar a mi hija me siento orgulloso”. Esta podría ser
la respuesta obvia de un padre en relación con un hijo, sin embargo Aníbal
argumenta: “Cuando la escucho cantar el himno en guaraní, y al saber que lo
grabaron con partitura, me doy cuenta que son unos respetuosos de la música.
Eso me da un orgullo tremendo porque me da la seguridad de que están haciendo
las cosas pensando y con fundamento. Pensando en los más jóvenes y tener
siempre el fundamento de cantar letras que expresen lo que siente realmente la
persona”. “A mí me inspira una gran admiración”, agrega mientras se humedecen
los ojos de Selva.
La tarde pasa vertiginosa llevándose las emociones de una
charla que llega a su fin. Mientras observo sus pasos alejarse, pienso en el
deseo de Aníbal: “ojalá ésta y las generaciones que disfrutaron o vayan a
disfrutar de su música lo puedan recordar como una persona con códigos”. Simplemente
así.
Foto gentileza Rudy Domínguez |
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