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Selva Vera: Juglar del siglo XXI

Alzó la vista hacia un costado y detuvo su pensamiento en los tiempos de la infancia. “Me acuerdo de mi abuelo Aníbal tocando la guitarra en la galería de la casa de la abuela Elisa. Y con mi papá aprendí a los 5 años que tenía que llevar una frazada cuando íbamos a las actuaciones…Me acuerdo aquel día en que papá me dijo: ‘llevá una frazada porque hará frío’, y yo no quería…Viste que hay edades en que creés que todo está bien –me afirma, y continúa con su relato-. A la vuelta me morí de frío todo el camino y ahí entendí por qué debía llevar una frazada a las actuaciones. Y así, cada caminito, fui aprendiendo con mi papá. Fueron momentos imborrables que sirvieron para asentar las bases de esta pasión que es el chamamé”.
Quien repasa estos fragmentos de su historia en sus pagos mercedeños es Selva Vera, la misma que hace 25 años eligió a Goya como lugar donde seguir edificando su vida. La misma que nos regaló su voz en múltiples escenarios y que inculca en las nuevas generaciones la pasión por el arte en distintas de sus facetas. La misma que asegura que la música formó parte de su vida, "desde siempre”.
“Fue en el año 1991 que vine a Goya en ocasión de un Encuentro de Coros  en la Escuela Normal. Rudy (Domínguez) formaba parte del equipo organizador de ese encuentro y me terminó organizando la vida, mirá vos…Así nomás es la música”, relata con emoción, sobre todo al recordar la circunstancia en que conoció al hombre con quien hoy construye una familia. “En ese tiempo, nuestro primer año de matrimonio, me estaba recibiendo de profesora de piano con una beca para ir al Conservatorio Nacional de Música, pero por este proyecto de mi vida personal dije que no a esa beca.
Selva es hija de Aníbal Vera, uno de los integrantes del emblemático dúo y luego conjunto Vera Monzón. Su abuela enseñaba guitarra y, con estos ejemplos, basta para mencionar que las influencias familiares por la música y el chamamé han estado siempre a la mano. Sin embargo, tiene además sólida formación de música clásica y danza. Sobre esto nos recuerda: “Cuando fui a plantearle a mi abuela Elisa que quería tocar la guitarra, en ese momento mi mamá no quería que sea música guitarrea. Se complicó la cuestión ahí…, entonces la abuela me dijo: ‘bueno mi hija, vamos a estudiar piano’, y decidió mandarme con la señorita Nené, compañera de escuela de papá. Con ella comencé el camino de la música clásica. Bach, Mozart, Beethoven…  El costado coreográfico vinculado a la danza “aparece porque tenía un problema en las piernas y los pies planos hacían que se choquen las rodillas. Primero me pusieron unos hierros y zapatos duros para corregir los huesos pero era muy doloroso. Entonces el doctor Mastrocésare en Curuzú Cuatiá le dijo a mamá: ‘esto se resolverá con danza clásica. En vez de que sufra, que baile’. Así, a los 5 años también, comencé a bailar”.
Selva Veras es “menos autora que intérprete”, si bien tiene canciones compartidas con su padre Aníbal y su conjunto, otras compartidas con Rudy Domínguez, algunas glosas en discos de Vera Monzón; pero siempre que canta busca “llegar al corazón de la gente desde la letra de las canciones”. “Trato de ser juglar, necesito reflejar la realidad de mi pueblo. No me parece digno pasar por el escenario sin dejar un mensaje que indique cuál es la realidad. No puedo estar al lado de un pueblo doliente y subirme solo a festejar. La celebración viene bien porque la alegría cura el alma pero además tiene que estar reflejado el dolor si este está”, aclara.

foto gentileza Rudy Domínguez
DE NUESTRO CANTO
Ese mismo tiempo en que nuestra entrevistada se radicó en Goya fue cuando se conformó el grupo “De Nuestro Canto”.  Junto a Selva y Rudy integraba además aquella primera formación Mariano Maciel. “Con 13 o 14 años era un niñito que ya tocaba muy bien la guitarra y que supo asumir con responsabilidad la tarea de llevar adelante una agrupación musical”. Así, con tono casi maternal, lo recuerda Selva a Mariano, con quien trabaja actualmente en la Dirección de Cultura. “Nuestra primera actuación fue justamente en la fiesta del surubí del año ‘92. Teníamos dos semanas de formado el grupo pero en 15 días pudimos armar un repertorio digno para ser presentado, justamente aquí detrás de donde estamos, en la explanada de la Subprefectura Goya donde se hacía el festival de la fiesta del surubí. De Nuestro Canto se mantuvo hasta el año 1995, inicios del ’96, con Mariano Maciel”, rememora.
La segunda formación del grupo incluyó  al Negro Rajoy en bandoneón, la cual perduró hasta el año ’99. 
Foto de archivo personal. Actuando en Club Juventud Unida en festival Homenaje a Coqui Correa
Después de ello “se transformó en una banda musical: integramos batería, bajo, teclados, con José Laprovitta, ‘peti’ Cuaranta, Luis Ojeda. En algún momento estuvo en teclados Alejandro Fernández y aportando el maravilloso color de su voz. Después hubieron muchas dificultades para mantener la banda, se disolvió el grupo De Nuestro Canto, y decidimos salir al ruedo con “Selva y Rudy”, como dúo; y después parecía que me quedaba sola en un momento (risas) y quedó “Selva Vera” nomás. Desde hace varios  años estamos con el bandoneón de Agustín Diez y el bajo de ‘pepe’ Ojeda . En esta última actuación (refiere a la fiesta del surubí 2017) se sumó Silvio Domínguez en la percusión”, completando así la genealogía del grupo.
El grupo materializó partes de sus trabajos en un CD, allá en los tiempos en que Rajoy era también de la partida. Actualmente “estamos grabando el ‘disquito interminable’; lo llamamos así porque desde hace varios años lo estamos produciendo con los invitados del corazón: allí están Tesoro ángel, creo que con la última grabación de quien fuera el acordeonista de Vera Monzón, Alberto Olivera, María Ofelia, el padre Julián Zini, Juanchi Cabrera en el acordeón, ‘tichi’ Selser en el bandoneón, José Laprovitta en bajo y voz, Alejandro Fernández en algunas voces, papá que canta en algunos temas, ‘pochi’ Base…”.


Retomando la definición que hace de sí misma, quien la escuchó alguna vez a Selva sabe que esto de ser juglar no son meras palabras. Es más, ese pensamiento es el que intenta que las nuevas generaciones lo tomen como propio.

Pensando justamente en la juventud, la charla que transcurrió cálida y amena va orillando su final; y entonces la mirada nuevamente busca, esta vez  el lugar de los anhelos, y exclama: “Ojalá que los chicos con quienes comparto a diario y aquellos que escuchan nuestras canciones puedan recordar que fuimos  buena gente. Todo lo demás pasa por un costado. La preparación profesional y todo lo que uno pueda poner en su sello personal debe servir para eso: ser mejor persona y brindarse de mejor manera”.

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